Des de fa més de cinc anys s’utilitza el terme indústria 4.0 per referir-se a totes aquelles tecnologies dirigides a l’automatització i digitalització de les fàbriques. L’objectiu principal que perseguien els que van encunyar aquesta expressió consistia a definir, dissenyar i desenvolupar l’empresa intel·ligent. La fàbrica del futur. Malgrat l’ambigua que resulta aquesta definició, el concepte va fer fortuna fins al punt que, a dia d’avui, la seva cerca en Google ens dóna accés a més de tres-cents milions de resultats en menys de mig segon.

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Sin embargo, a día de hoy, cuando ya ha pasado cierto tiempo desde su lanzamiento debemos reconocer que los resultados alcanzados a nivel práctico son francamente desalentadores. Incluso en aquellas organizaciones en las cuales se han implantado programas de mejora bajo este paraguas de la industria 4.0, en muy contadas ocasiones se ha llegado a los objetivos prometidos.

Una de las razones que explican estos resultados o, mejor dicho, esta falta de resultados es la propia formulación del proyecto. Einstein decía que si le hubieran dado una hora para resolver un problema de cuya solución dependiera su vida, habría dedicado los primeros cincuenta y cinco minutos a enunciarlo correctamente. Con la experiencia que ya tenemos en este momento, es evidente que en el caso de la industria 4.0 muchas organizaciones han empezado un proceso de digitalización o automatización con el objetivo de convertirse en una organización digital sin saber su significado ni el trabajo que conlleva todo este cambio para su negocio.

En muchos casos, podemos asegurar que se han iniciado proyectos sin entender siquiera la diferencia abismal que existe entre digitalizar y ser digital.

La automatización de las empresas

La automatización o digitalización es un proceso a través del cual, las compañías transforman sus sistemas de trabajo con la finalidad que, todo aquello que habitualmente se realizaba con medios manuales, a partir de este cambio se desarrolle en un entorno digital. El origen de este proceso tuvo lugar durante la década de los ochenta del siglo pasado y, de manera gradual, se ha extendido a todas las áreas de las compañías, desde los talleres industriales hasta los departamentos de gestión del negocio. En general, la mayoría de estos proyectos tienen por objetivo la reducción de los costes.

A pesar de que este proceso se está llevando a cabo desde hace más de treinta años, en estos momentos, todavía podemos encontrar muchas compañías inmersas en este proceso de automatización de sus procesos intentando aventajar a sus competidores en esta carrera interminable hacia la reducción de costes operativos. Muchas de ellas, ejecutan todo este proceso de acuerdo a una hoja de ruta plenamente estructurada. Al mismo tiempo, en paralelo a estos casos de automatización progresiva y sistematizada, cada vez se dan más casos de organizaciones que se embarcan en ambiciosos proyectos tecnológicos con la esperanza que un proceso de digitalización las ayude a convertirse en organizaciones exponenciales (aquellas cuyos resultados se multiplican por diez en un periodo extremadamente corto) o simplemente que las acerque a la nueva industria 4.0.

La empresa digital

En el mundo actual, todos estos proyectos de digitalización, conviven con una nueva realidad a la que debemos enfrentarnos: la organización digital. Aunque la raíz de ambos términos es la misma, no deberíamos confundir la digitalización con la organización digital, pues poco tiene que ver una cosa con la otra. Digitalizar equivale a transformar el medio mediante el cual se realiza una operación, pasando inicialmente de una actividad ejecutada de forma manual a una misma actividad ejecutada en este caso de manera automática o informatizada. En este proceso de automatización, la esencia del proceso y el valor aportado por la actividad no se modifica y solo cambia la forma de ejecución.

La digitalización o automatización de procesos constituye una prioridad para muchas compañías que necesitan competir en un mercado cada vez más exigente. Un mercado que requiere la aplicación de manera continuada de reducciones de coste sobre los mismos productos. Para muchas compañías, la posibilidad de mantenerse vivas depende de su capacidad de reducción de costes por la vía de la automatización o la robotización de sus procesos. Es por todo ello que, de forma general, podemos definir la digitalización como un proyecto de automatización de procesos que parte de un análisis interno de la organización y que tiene por objetivo la reducción de las pérdidas y el aumento de la eficiencia. En cambio, la organización digital plantea un nuevo reto que consiste en repensar el propósito del negocio teniendo en consideración toda la revolución tecnológica actual con el objetivo central de aportar valor de una manera diferente al cliente. La organización digital es el resultado de mirar hacia el exterior. Es la consecuencia lógica de entender al cliente en todas sus dimensiones y sus necesidades. En lugar de una búsqueda de la eficiencia, la empresa digital persigue una innovación disruptiva centrada en el valor añadido.

Digitalización y valor añadido

Como conclusión de todo lo explicado, resulta lógico pensar que un proceso de digitalización se lleva a cabo analizando y optimizando la organización en todas sus facetas, buscando la mejora de cada uno de los procesos. Se trata de una actuación que pone el foco en la tecnología, centrando sus objetivos en la transformación digital de cada uno de los procesos de la compañía.

Digitalizar es un verbo que describe una acción muy concreta. En cambio, cuando hablamos de una organización digital el foco se concentra en el cliente y en la capacidad de aportar valor. Para estas organizaciones la palabra digital es solo el adjetivo que describe y califica la forma de ser la empresa.

De esta definición de la organización digital se desprende de forma evidente que el motor de esta evolución empresarial no se centra en un aspecto tecnológico. La tecnología es solo un factor que habilita la propuesta de valor. A modo de ejemplo, Uber o Airbnb son organizaciones digitales porque utilizan la tecnología para modificar la percepción de valor por parte del cliente, no porque tengan sus procesos más o menos automatizados.

Esta evolución requiere, por tanto, de un enfoque estratégico por el cual debe apostar la dirección de la compañía después de una reflexión profunda respecto a la propuesta de valor que desea ofrecer al cliente. Es la dirección de la compañía la que debe participar en esta definición de la propuesta de valor. El acto de pensar no se puede delegar. En consecuencia, estas decisiones de calado estratégico no pueden depender de los servicios de informática ni del personal de marketing o de investigación de la compañía.

La propuesta de valor es la decisión clave que debe determinar cómo será la organización en su conjunto con una visión de futuro que abarque tanto los procesos como los sistemas de la organización. Un estudio realizado en empresas americanas por la prestigiosa MITSloan Management Review revela que el 78% de las personas encuestadas consideran que la digitalización será crucial para el futuro de sus organizaciones en el corto plazo. Este mismo estudio mostraba también que en aquellas compañías en las cuales la dirección había comunicado su visión digital, el 93% de los colaboradores compartía esta visión y consideraba que era positiva para la compañía. Sorprendentemente, este mismo trabajo revelaba que solo un escaso 36% de los CEO’s había compartido esta visión con su equipo. El futuro digital depende en gran medida de la capacidad de comunicación.


Artículo publicado en la revista Gremi núm. 262 2ºT/2018

Autor: MÀRIUS GIL
INGENIERO INDUSTRIAL
Director de Operaciones en Actio Global
mgil@actioglobal.com